Maldito tiempo

Hoy el tiempo se ha encaprichado con tus cejas. Se ha empeñado en fruncirte el ceño. odias que el despertador interrumpa tus sueños por la mañana, cuando, envuelta entre las cálidas sábanas, hay algo que te obliga a despertar. Sin embargo, esta mañana no le ha importado  taladrarte el oído. Al tercer intento, cuando por fin te has decidido a dejar de remolonear, una palabra ha golpeado tu cabeza: «tiempo». Que no vas a tener tiempo para hacer tantísimas cosas, es lo que ha hecho eco por enésima vez en tu mente cuando tu madre, sin nisiquiera darte los buenos días, te he recordado tu cita con el médico.

Has apurado la media hora que empleas para ducharte, vestirte y desayunar. Antes de salir de casa recurdas que tienes que recoger la ropa que ayer dejaste tirada en el suelo, empapada todavía en alcohol, con el rastro de las cenizas, las risas y la euforia de la noche anterior. No te arrepientes de haberte acostado tarde anoche; te irrita el hecho de tener que levantarte temprano para desfiar al tiempo y dar a basto con todo.

 Llegas a la biblioteca; cerrada. Ya no puedes tomar prestados los libros que necesitas hoy, otra cosa que se te acumula para mañana. Tienes que coger el autobús, no tienes ni idea de cada cuanto pasan, pero no te importa demasiado, aceleras el paso y aún así, se te escapa delante de tus narices. Maldito tiempo. Miras los horarios y el próximo  llegará en media hora, y mientras no se te ocurre qué hacer. Maldita pérdida de tiempo.

 Las once en punto. Esperas al autobús. Debería llegar ya, no puede tardar tanto. Te lo recuerda un hombre mayor que refunfuña apoyado en su muleta. Por fin está aquí, pero algo va mal; el conductor dice que se le ha averiado la máquina de los billetes. Definitivamente, hoy el tiempo ha querido que llegues tarde a todas partes. Llegas a tu destino mucho más tarde de lo que te habías propuesto, cuando, sin que el autobús en el que viajas haya parado aún, ves acelerando por la carretera al que debería llevarte de vuelta. La tienda a la que tienes que ir está abarrotada de gente; tras la larga espera, tu consulta no dura más que dos minutos. En la calle ya no hace frío, llevas toda la mañana cargando con la prisa en la espalda y has entrado en calor. Miras el reloj, y te apresuras; el próximo tren en el que podrías regresar llegará en diez minutos. Cuando por fin llegas a la estación, el simpático hombre de la ventanilla te dice que tendrás que esperar al siguiente. Se dibuja una especie de ira en tu rostro, ya no acudirás a tiempo  a tu cita con el médico y tu madre se ensañará contigo y despotricará contra ti con la misma retahila de todos los días. Pero ya te da lo mismo, te olvidas de tu consulta en el ambulatorio, del hombrecillo simpático cuya sonrisa evoca que hoy el transporte público está conspirando contra ti; te recuerda al tiempo, al que se le ha antojado cogerte manía hoy.

Revuelves un bolsillo de tu abrigo; parece que no todo va a salir tan mal: encuentras un bolígrafo. Pruebas suerte en el otro bolsillo, por si hay algún papel. Eres conformista, el folleto de aquel  museo de Madrid te sirve como borrador.

Te evades, aún sabiendo que la gente te observa. Por primera vez en esta mañana, sientes que no estas malgastando tu tiempo; la media hora de espera se te hace más amena, con la tinta azul dejando con  su rastro una nueva historia bajo las explicaciones sobre el arte vanguardista del folleto.

Hoy te hace falta más tiempo que nunca, y sin embargo, hacía meses que no te sentías tan inspirada, tanto que no te importaría ver correr las diez horas que le quedan al día mientras escribes. Sin embargo, el cargo de conciencia te corroe. Maldito tiempo.

Tiempo ¿quién lo inventaría? El tiempo es en ocasiones nuestro amigo. Nos es útil para contemplar que los minutos pasan lentamente cuando compartes un café y una conversación intensa con alguien querido; sirve para que desees que se pare cuando te besan, para dejar de mirar el reloj cuando te abrazan. Me gusta el tiempo para contar, pausada y paulatinamente, pero ansiosa, el tiempo que me queda para volver a verte.

 Y pese a todo eso, no dejas de pensar en el tiempo, no puedes evitar contarlo desesperadamente. Cuando disfrutas de algo no haces más que odiar el tiempo, por intentar que no avance y no poder conseguirlo; cuando el aburrimiento te asola en forma de espesa nube de humo, lo único que quieres es guardar en una caja el maldito tic- tac que no hace más que alentar tu impaciencia; cuando te sientes triste y nostálgica, no haces más que odiar el tiempo.

Y sin embargo, no eres capaz de despojarte de él, y mañana te volverás a despertar con la palabra «tiempo» grabada a fuego en tu mente. Y a pesar de eso nunca te desharás del reloj de tu muñeca, que empieza a adquirir matices diabólicos; no lo harás por mucho que te haga gritar en lo más profundo de tus entrañas, suplicar para que las manecillas que han decidido correr ahora más que nunca se detengan, para que cese así la angustia, el hastío  de ver pasar el tiempo a lo largo de horas muertas. Para borrar de tu conciencia esa sensación de que el tiempo se te va de las manos; de que el tiempo tan solo sirve para perderlo.

 Maldito tiempo.

26/12/06

3 Responses to Maldito tiempo

  1. Raccord dice:

    Y porque no escribes un día sobre los efectos de una Braun Minipimer en el cuello de un útero? Mucho más rosita hombre

  2. *Ana* dice:

    Tiempo…
    Quién lo diría cuando yo me empeño en no hacerle caso y todo el mundo me lo recuerda…

    Un placer Mary, como siempre.

  3. lalalá... dice:

    me gusta mucho la última frase no, la anterior «el tiempo tan solo sirve para perderlo»
    hija cagarte en todo de manera tan poética hace que quieran pasarme cosas malas a ver si me inspiro de tal manera para que me salga algo así
    taca y a seguir con woody

    beseteee

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