Un viaje a Rusia. Día sexto

enero 13, 2009

Increíble, pero después de dieciséis horas de viaje en un tren en el que miraras a donde miraras, todo era dantesco y surrealista, por fin llegamos a Moscú. A un andén que bien podría ser de cualquier otra ciudad europea. Todavía no sabemos lo que nos espera cuando salgamos de la estación, tras una odisea para comprar los billetes de vuelta a Kaunas, a la Unión Europea. A pesar de las nociones básicas de ruso de Margherita, tenemos que asegurarnos bien de que no cogemos el tren que pasa por Bielorrusia.

Salimos de la estación; lo que sospechábamos, frío. No sabemos con seguridad dónde está nuestro hostal, pero lo que sí sabemos es que tendremos que coger el metro para llegar a él, y lo que no sabemos es por dónde se entra. Nos dedicamos a dar vueltas a un edificio durante al menos quince minutos, perdidos, sin saber dónde está la entrada al metro, y sin tener la habilidad para parar a alguien que sepa inglés.

El edificio entorno al que giramos y sus alrededores desprenden un insoportable hedor a pis. Está todo plagado de kebabs, y de gente que vende móviles. ¿Robados? Bienvenidos a Moscú.

Por fin cogemo el metro, y llegamos a nuestra parada, pero ahora no sabemos la dirección del hostal y nadie pretende ayudarnos. Con los bártulos en la espalda y presas de un terrible cansancio – por la incomodidad del tren y por no haber dormido apenas nada – y del frío – por razones evidentes – echamos a andar. Un pizza hut; son las cuatro de la tarde y aún no hemos probado bocado; ya sabemos dónde vamos a cenar. Calles interminables, cuestas…todo parece un suplicio pero por fin llegamos al hostal y es una bendición; bonito y limpio. Y con las camas más cómodas en las que hemos dormido en meses. Decidimos que es tiempo para desprendernos del asqueroso olor del tren; todos a las duchas y algo de tiempo para descansar. Después iremos a cenar, efectivamente al Pizza Hut; sabemos que el tiempo que hemos reservado para ver la ciudad es muy poco, pero el descanso y la comida eran indispensables.

A las seis de la tarde, con las calles ya oscuras, emprendemos nuestro camino hacia el centro de la capital rusa. Todo sigue siendo igual de imperial y opulento que en Sanpetesburgo, pero en Moscú se respira un aire de mayor autenticidad. Ya  lo dice el mosaico medio derruido que corona el edificio anterior a la plaza roja. Nos habían dicho que verla de noche es todo un espectáculo y así parece, pero sólo lo parece, porque está cercada. Preguntamos a la policía, entendemos que hemos llegado tarde, que la plaza roja tiene horario, pero vemos un atisbo de ella desde fuera. A su derecha, los jardines del Kremlin, repletos de símbolos soviéticos y estátuas por doquier y en la cumbre del parque una bola del mundo, mejor dicho media bola del mundo, un hemisferio norte repleto de estrellas rojas en distintas ciudades. ¿Una pretensión imperial rusa? Probablemente. Rodeamos el Kremlin, y llegamos hasta la catedral de San Basilio, la inspiración de la colourful church de Sanpetesburgo. Llueve a mares y el suelo que nos conduce a ella está mojado; la sensación de encontrársela de frente es similar a la experimentada con la iglesia de Sanpetesburgo.

Parece paradójico, pero en un lateral de la Plaza Roja, se encuentra uno de los centros comerciales más lujosos en los que he estado. Eso sí, por fuera, miles de luces (de navidad) decoran su contorno y aparece imponente y precioso delante de la plaza de la revolución. Este centro alberga una tienda de objetos de lujo, en la que se puede encontrar desde paquetes de cereales Nesquick, hasta botella de sidra asturiana, pasando, por supuesto por carísimos botecitos de caviar, que François y su impulsivo consumismo están dispuestos a comprar, aunque al final no lo hacen. Es pronto, alrededor de las once de la noche, pero tras la caminata y el cansancio acumulado decidimos ir al hostal para poder dormir bien y despertarnos pronto mañana. Allí, por un francés que habla con Julia, nos enteramos de que probablemente la plaza roja estará cerrada durante los tres días que estemos en Moscú, porque Al Gaddafi, presidente de Libia, está de visita oficial, y como es Al Gaddafi y cuando está de visita oficial no puede dormir en otro sitio que en su haima la ha plantado en medio de la plaza roja, y nadie más que él y su tienda de campaña pueden estar allí. Pues ya puede tener un buen sistema de calefacción ahí dentro.